miércoles, 20 de agosto de 2008

Mientras el Espacio Perdure

Mientras el Espacio Perdure

por: Matthieu Ricard
Fuente: Cortesía

Un retrato intimo de SS El Dalai Lama

La aldea de Dharamsala en el norte de la India descansa apaciblemente en las faldas de los grandes Himalayas. Algunas tenues luces se encienden en la cima de una arbolada montaña. Son las 3:30 de la mañana, el XIV Dalai Lama del Tibet, líder temporal y espiritual del pueblo tibetano y uno de los más extraordinarios hombres de nuestros tiempos se levanta para comenzar su día con plegarias y meditación. Sin importar adonde se encuentre y las circunstancias que le rodeen, todas las mañanas medita por cuatro horas. Su contemplación consiste fundamentalmente en una plegaria para con el bienestar de todos los seres.

Su cuarto recubierto con madera barnizada es muy simple, ausente de las barrocas decoraciones de un templo tradicional tibetano. Una estatua del Buda, fotografías de sus maestros y textos sagrados nítidamente dispuestos en un pequeño altar. Alrededor de las 6 de la mañana el Dalai Lama toma su desayuno mientras que escucha a las noticias de la BBC, ya que como todos los monjes Budistas, no consume alimentos por la noche. Después continúa su meditación hasta las 8 o 9 de la mañana.

Sin importar lo que acontezca, el Dalai Lama ha siempre seguido esta rutina. Le brinda la fortaleza que necesita para continuar con incansable entusiasmo, su campaña en beneficio de la causa tibetana. Cuando se anunció que había ganado el Premio Nobel de la paz en 1989, los periodistas arribaron temprano por la mañana a su residencia, determinados a ser los primeros en registrar la reacción del líder tibetano. No obstante, la única respuesta que recibieron del amigable y discreto monje, quien ha cuidado fielmente al Dalai Lama por más de 30 años, fue: “No ha escuchado todavía a las noticias. Nunca lo perturbamos mientras se encuentra meditando”.

“Si hay personas a las que necesito ver, voy a mi oficina a las 9 de la mañana” nos comentó el Dalai Lama. “De no ser así, trabajo en el estudio de los textos sagrados Budistas. Refresco mi memoria de las obras que he estudiado en el pasado y después examino con mayor detalle los comentarios de los grandes maestros de las diversas escuelas del Budismo Tibetano. Pienso acerca de las enseñanzas y medito un poco. Tomo mis alimentos a las 2 de la tarde y después atiendo asuntos rutinarios hasta las 5 p.m. Tengo encuentros con representantes del pueblo tibetano, ministros del gobierno en el exilio así como otros oficiales y recibo visitantes. Tomo mi té aproximadamente a las 6 p.m. y si me siento hambriento, le solicito permiso al Buda y como algunas galletitas (el Dalai Lama ríe). Finalmente, recito mis plegarias vespertinas y me voy a dormir a las 9 p.m. ¡Ese es el mejor momento del día!, duermo apaciblemente hasta las 3:30 a.m.

Sus encuentros con los recientemente arribados refugiados tibetanos son especialmente conmovedores. Para ver al Dalai Lama, aunque fuera por una sola vez en su vida, Tenzin, su esposa y dos hijos han tenido que cruzar los pasos de montaña, perennemente recubiertos por la nieve, a más de 5000 metros de altura, evadiendo a los soldados chinos que resguardan la frontera e impiden el que los tibetanos escapen hacia la India. Algunos de los compañeros de viaje de Tenzin han tenido que sufrir la amputación de los dedos de sus pies debido al congelamiento. Han al fin arribado, sus caras bañadas en lágrimas, tratando de alguna manera, de controlar sus emociones y contestar al Dalai Lama cuando les pregunta, con su resonante voz, acerca de sus odiseas personales y las situación del Tibet. Cuestiona a Guendun, un monje reiteradamente torturado durante el periodo de 20 años que pasó en una prisión China en el Tibet: ¿Tuviste miedo? -le pregunta el Dalai Lama-, el monje responde inclinando positivamente su cabeza: “Mi más grande temor era el de sentir odio hacia mis torturadores”.

La residencia del Dalai Lama ve por encima de las vastas planicies de la India las cuales se extienden a la distancia bajo su ventana. Algunos altos picos hacia el norte son un recordatorio de que el Tibet se encuentra tan solo a unos 100 kilómetros de distancia, como el vuelo del cuervo: tan cerca y a la vez tan lejos.

La residencia es permeada por una atmósfera de quietud y de calma benevolente. La gente habla en voz baja conciente de la futileza del lenguaje innecesario y de la inexorable marcha del tiempo, ese preciado tesoro que disminuye momento a momento con cada suspiro de nuestras vidas. Ningún gesto o palabra es desperdiciado. Este dorado silencio es tan solo roto por una súbita explosión de risa de Kundun “la presencia”, el nombre respetuoso y afectivo que los tibetanos dan al Dalai Lama, aquél que nunca se encuentra ausente cuando uno está cerca y nunca distante cuando uno esta lejos. Su gozosa carcajada es en ocasiones sustituida por una discreta y silenciosa sonrisa, especialmente mientras se encuentra en retiro por un mes o algunas semanas al año en donde sus únicas palabras son sus plegarias y en donde tan solo se comunica a través de gestos o por escrito.

Cuando se le pregunta el porqué la gente responde a el con tal calidez y cariño, el Dalai Lama explica: “Quizás se deba a que he meditado en al amor y la compasión a lo largo de mi vida con toda la fortaleza de mi mente”.

El Dalai Lama se describe a sí mismo como un “simple monje budista”. En sus conferencias y giras mundiales, su sencillez y su naturaleza compasiva conmueven visiblemente a todos los que se reúnen con él. Su mensaje se centra en el amor, la compasión, la responsabilidad universal y, ante todo, en la necesidad de desarrollar un buen corazón.

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